Es difícil ocupar el espacio de alguien al que admiramos tanto. Pepe Araujo es, definitivamente, insustituible. Lo tuve cerca desde siempre, pero no lo había descubierto. Fue, -hace ya unos años-, un artículo suyo el que hizo que me fijara en la dulzura de su expresión, en la humanidad que colorea sus palabras, en ese torrente sereno de sabiduría secular y de cal antigua de Tarifa.
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