Ya no basta �si alguna vez bastó� contestar cinco o seis doblevés, redactarlas en orden decreciente y considerarse un «periodista». Porque si entregamos una estructura altamente reiterativa, que carece de final y en que, cuanto más se avanza, menos interés promete, a nadie puede extrañar que casi el noventa por ciento de los lectores no pasen de los titulares.
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