En el ejercicio 2008 la economía española ha sufrido una fuerte desaceleración situándose en plena recesión económica al finalizar el ejercicio. La caída del consumo y de la inversión, unida al desplome de los mercados inmobiliarios, ha limitado la actividad de las empresas, que han visto reducidas sus ventas. Además, el encarecimiento de los costes de producción y financieros ha significado un deterioro de sus estados contables. Todo ello, en un contexto caracterizado por la crisis financiera y sus consecuencias sobre las condiciones y la accesibilidad al crédito, que ha terminado repercutiendo de forma muy negativa sobre la economía global en términos de actividad y empleo.
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