Junto a la nostalgia y a las ansias de volver, una de las características típicas del pensamiento de los exiliados es la sensación de desgarro. Todo exilio implica un cese en la vida que hasta entonces se ha llevado, por lo que supone una «alteración esencial de la vida humana» que paraliza la existencia hasta hacer de ella una realidad rota, vacía y fantasmal más cercana a la muerte que a la vida. La abrupta salida del país, así como la carencia de ritos protectores como el de la despedida en el momento de partir, hacen que el desasosiego y la intranquilidad llenen la existencia de los exiliados, dividida desde la partida entre el deseo de «volver» y el temor de "no volver".
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