El mestizaje, una herencia latinoamericana centrada en la mutua transformación tanto de europeos como de indígenas americanos, ha tenido dos paradigmas interpretativos predominantes. Al sur de la frontera mejicana, tanto las élites dirigentes como los académicos han usado con frecuencia el mestizaje para justificar la mezcla de población europea, indígena, africana y de otro origen que sin embargo tiene una ascendencia cultural europea. Al contrario, en la herencia chicana (mejico-americana) al norte de la frontera entre México y Estados Unidos, la conquista del suroeste americano por parte de colonos predominantemente anglos (europeo-americanos) - "nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó" - lleva a los académicos mejicano-americanos a definir el mestizaje como resistencia y como un modo de buscar autonomía. Este artículo explora esta división conceptual y sugiere por qué ambos paradigmas estarían incompletos. Nada ganamos envileciendo a uno u otro lado en tales intercambios. Dado que el mestizaje se supone que trata de la mezcla de las culturas indígena y europea ¿es posible imaginar una mezcla que no favorezca a una de las culturas que la forman? Este artículo ofrece un tercer paradigma de mestizaje. A través del trabajo de Jorge Gracia, Virgil Elizondo y Jacques Audinet, el mestizaje se redefine como la búsqueda de la realización de intersecciones laterales e igualitarias entre gentes y culturas diversas en la plataforma transnacional. Este estudio será relevante para los trabajadores sociales, no sólo de los Estados Unidos, sino también en cualquier lugar del mundo desarrollado en que se trate de dar servicio a inmigrantes de países en desarrollo en la era pos-colonial.
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