Los autores y las autoridades inquisitoriales, eclesiásticas o civiles intentaron fijar la correcta interpretación de los textos impresos, manuscritos o expuestos públicamente pero, ante las normas y las coerciones, los lectores compartieron o discreparon de dichos discursos, reelaborándolos o, incluso, censurándolos. Durante la época moderna, los judaizantes, los moriscos, los alumbrados, los luteranos u otros reformistas realizaron prácticas de lecturas sesgadas o, si se quiere, lecturas prohibidas de libros permitidos. Desde la literatura ortodoxa se podían reforzar, paradójicamente, actitudes religiosas y culturales de minorías perseguidas. Pero no sólo estas minorías manifestaron prácticas vedadas, también los lectores supuestamente más ortodoxos hicieron lecturas que rayaban la heterodoxia o, al menos, incumplían la letra grande de las disposiciones inquisitoriales, aunque no, necesariamente, la realidad tolerada por el mismo Santo Oficio.
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