Las fiestas en honor a la Monarquía fueron, ante todo, un medio de transmisión a la sociedad de un mensaje político, al tiempo que un acto de lealtad y fidelidad de ésta hacia sus monarcas. Se aunaban así, pedagogía política, legitimación del poder y obediencia a la autoridad en un entorno de divertimento y evasión de la realidad. El poder político y el religioso quedaron hermanados por una concepción coincidente del ejercicio de sus atribuciones: la seducción del ciudadano a través de manifestaciones públicas, que entrañaban un ejercicio de convivencia para todas las clases sociales, ya fueran privilegiados o Tercer Estado.
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