Si la confrontación romano-cartaginesa puso de manifiesto el valor geoestratégico de la Península ibérica, en las resistencias a la conquista romana de los pueblos indígenas se atisban premoniciones o intuiciones de un espacio geopolítico ibérico que trasciende el ámbito local de sus respectivos asentamientos; vislumbre geopolítico que, en el marco de la romanización y de la cristianización de los siglos siguientes, irá madurando, de manera que, en la ocasión del colapso del Imperio Romano de Occidente, se alzará una aurora ibérica con la afirmación, desde Leovigildo, de la autonomía política del Reino visigodo frente a Bizancio y a la pretensión de restitutio imperii del Papado de Roma instrumentando el poder franco merovingio/carlovingio.
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