El principal componente europeo dentro del actual complejo racial brasileño proviene de la emigración procedente de Portugal e Italia. La emigración italiana al Brasil entre 1861 y 1960 supera la cifra de 1,6 millones, alcanzando sus máximos de intensidad en el período que va de 1875 a 1910. La mayor parte de estos emigrantes se ocupó como jornaleros en las plantaciones cafetaleras de Sao Paulo, que atravesaban un período de crisis después de la abolición de la trata de negros, permitiendo una multiplicación de la producción total de café, con lo que contribuyeron a una mayor integración del Brasil dentro de la economía mundial y a la creación de los presupuestos básicos para el posterior desarrollo económico del estado de Sao Paulo. Una pequeña parte de los emigrantes italianos fue establecida, con apoyo gubernamental, en el extremo meridional del Brasil (Paraná, Santa Catarina, Rio Grande do Sul) como pequeños agricultores en unidades familiares de mediano tamaño, especializándose en la producción de vino y cereales, sustituyendo, gracias a una progresiva división del trabajo, parte de las importaciones nacionales por bienes de producción propia industrial y artesanal, y desarrollando en dicha región un tipo de comunidades agrarias calcadas sobre los patrones europeos que les eran familiares.
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