Se parte de las experiencias habidas en los países de Europa Occidental hasta la crisis de 1973, cuando las políticas territoriales individualizadas de los diferentes Estados tendieron a priorizar, bien el desarrollo equilibrado de las regiones o la organización física del espacio, mediante planes, en muchos casos centralistas, rígidos, desarrollistas, poco participativos e incluso irrealiza-bles. A la salida de la crisis económica, crisis que orilló la planificación en los Estados, la Carta Europea del 83, en la línea de la visión holística de la geogra-fía clásica y aplicada de D. Stamp, plantea la convergencia de los dos objetivos de la Ordenación del Territorio . En los comienzos de los años 90 los científi-cos -como en el caso francés- abrirán un debate sobre la nueva prospectiva, explicitando la necesidad de planes descentralizados, sostenibles, democrático--participativos, flexibles, como procesos permanentes, y negociables. Dichas notas impregnaron la nueva ley francesa del 95 y la documentación emanada de la U.E., que desembocará en la Estrategia Territorial Europea de 1999, en la que se plantean seis grandes retos en relación con el desarrollo territorial equilibrado y sostenible, desde un sistema de ciudades policéntrico y las nuevas relaciones campo-ciudad.
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