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La República Democrática y Popular de Argelia

  • Autores: Yahia H. Zoubir
  • Localización: Anuario internacional CIDOB, ISSN 1133-2743, Nº 1, 2006, págs. 481-488
  • Idioma: español
  • Títulos paralelos:
    • Democratic and Popular Republic of Algeria
  • Enlaces
  • Resumen
    • español

      Después de dos décadas de inestabilidad, Argelia está experimentando una lenta recuperación. La relativa estabilidad que hubo desde 1965 a finales de la década de los ochenta bajo la dirección de partido único del Frente de Liberación Nacional (FLN) saltó en pedazos en octubre de 1988 cuando se produjo un levantamiento popular espontáneo en todo el país. Aquellos acontecimientos obligaron al régimen a iniciar una serie de reformas liberales y a cambiar la Constitución. La liberalización tuvo como resultado la emergencia de un sistema multipartidista que vio la proliferación de partidos políticos cuyas ideologías abarcan la totalidad del espectro político, desde los islamistas moderados a los radicales, desde los liberales a la extrema izquierda, desde los nacionalistas a los trotskistas. El optimismo caracterizó a la sociedad argelina debido a la existencia de un debate público, a la libertad de expresión y a la libertad de prensa. El período 1989-1992 fue testigo de importantes cambios a todos los niveles, pero básicamente en el ámbito político. El sistema económico, también empezó a cambiar con el paso de una economía socialista a una economía más en consonancia con el capitalismo y la globalización. Argelia se acercó todavía más a Occidente y desplegó un gran pragmatismo en su política exterior, en claro contraste con su pasada retórica revolucionaria. Sin embargo, la apertura del sistema produjo la emergencia de las facciones islamistas radicales, que se agru paron bajo el popular Frente Islámico de Salvación (FIS). El FIS ganó las elecciones municipales de junio de 1990, lo que no preocupó demasiado a las autoridades. Sin embargo, la aplastante victoria del FIS en la primera vuelta de las elecciones legislativas de diciembre de 1991 alarmó a los partidos seculares y a los militares. Así, en enero de 1992, las autoridades anularon las elecciones y acabaron ilegalizando al FIS. Poco después, se inició un período de inestabilidad que se caracterizó por una serie de graves y sangrientos disturbios civiles. El país se quedó aislado: la diplomacia argelina se mostró incapaz de convencer al mundo exterior de que los verdaderos culpables eran los grupos islamistas armados, y no el régimen. El ejército combatía contra una guerrilla salvaje, con muy poca o ninguna ayuda internacional. Las fuerzas armadas combatían a los grupos terroristas con un equipo inadecuado y un personal inexperto formado básicamente por reclutas. Los militares también sufrieron un embargo de armas, pues la mayoría de las partes ajenas al conflicto se negaron a tomar partido en lo que consideraban un conflicto doméstico, mientras que las autoridades argelinas trataban de convencerlos de que aquella guerra formaba parte del terrorismo internacional. Durante aquella década murieron decenas de miles de argelinos, la mayoría de ellos civiles inocentes; los argelinos se refieren a esta década como la "década roja" debido a su carácter sangriento y a las horripilantes masacres perpetradas contra aldeas aisladas. Pero, a finales de la década de los noventa, Argelia recuperó progresivamente un grado inequívoco de estabilidad, después de que los militares negociasen, en septiembre de 1997, un acuerdo con el EIS (Ejército Islámico de Salvación), el mayor de los grupos armados. Pero los militares no consiguieron llegar a un acuerdo de rendición similar con el Grupo Islámico Armado (GIA) y con su sucesor, el GSPC (Grupo Salafista para la Predicación y el Combate), aliado con al Qaeda y que hasta hoy sigue perpetrando ataques terroristas esporádicos, principalmente en la parte nororiental del país. A pesar de la controversia que rodeó su elección en abril de 1999, el presidente Abdelaziz Bouteflika ganó pronto popularidad gracias a las diversas reformas que anunció. También consiguió cambiar la imagen que se tenía de Argelia en el exterior gracias a sus numerosos viajes al extranjero; su experiencia como ministro de Asuntos Exteriores argelino (1965-1979) desempeñó un papel considerable a la hora de convencer a los gobiernos extranjeros de que Argelia se había recuperado de la crisis y de que las reformas que el Gobierno había iniciado traerían paz y estabilidad, condiciones necesarias para que llegasen las inversiones directas del extranjero. Bouteflika consiguió consolidar su Gobierno, especialmente después de su reelección en abril del 2004. Nadie discutió la regularidad de las elecciones presidenciales del 2004, aunque alguien podría aducir que Bouteflika se benefició de todos los instrumentos del poder del Estado, incluyendo los medios de comunicación nacionales, para asegurarse la reelección. Sin embargo, no cabe duda de que Bouteflika goza de un alto grado de popularidad, particularmente en las áreas rurales. En general, los argelinos respaldaron la Concordia Civil de Bouteflika en 1999 y la Reconciliación Nacional en el 2005. De todos modos, las luchas por el poder en los altos niveles del Estado complicaron la consolidación del poder de Bouteflika. La vieja guardia de los militares, también conocida como le pouvoir, que a menudo se ha interferido en los asuntos políticos, trató de evitar la reelección de Bouteflika. Pero el apoyo que obtuvo del jefe de los Servicios de Inteligencia (DRS), el general-comandante Mohamed Mediene, conocido como Tewfik, inclinó la balanza a favor de Bouteflika, que más tarde consiguió apartar del poder a la mayor parte de la vieja guardia de los militares y reemplazarla por un grupo de oficiales más jóvenes y menos politizados. El 5 de julio de 2006, Tewfik fue promovido, junto con otros dos generalescomandantes, al rango de teniente general,1 un rango que solamente había alcanzado Mohamed Lamari hasta su retirada el verano del 2004, después de la reelección de Bouteflika. Aunque la profesionalización del ANP (Ejército Nacional Popular) empezó de hecho a finales de la década de los noventa, Bouteflika está convirtiendo dicha profesionalización en una realidad. Su antiguo jefe de personal, Larbi Belkheir, que desempeñó la función de enlace informal entre la vieja guardia del establishment militar y la presidencia, fue nombrado embajador en Marruecos; si bien algunos observadores pensaron que este nombramiento tenía como objetivo mejorar las relaciones argelino-marroquíes, en realidad Bouteflika había decidido mantener al influyente Belkheir alejado del centro del poder. La desmilitarización del poder, sin embargo, no ha comportado una democratización mucho mayor. En realidad, actualmente el poder está concentrado en la presidencia, y el Parlamento desempeña un papel menor. A pesar de su autoritarismo, Bouteflika goza de un gran reconocimiento en el país, especialmente en las áreas rurales y en las ciudades fuera de la capital, Argel. Su repentina y grave enfermedad en noviembre del 2005, y la intervención quirúrgica a la que hubo de someterse en París provocaron una gran preocupación entre la población. Su triunfante regreso al país el 31 de diciembre de 2005, con decenas de miles de personas que acudieron a recibirle, demostró su popularidad. Los argelinos supieron apreciar los esfuerzos que había hecho Bouteflika para terminar con el derramamiento de sangre que asolaba el país. En septiembre de 2005, se aprobó mediante referéndum la Carta por la Paz y la Reconciliación Nacional, que ofrecía una amnistía a los islamistas, excepto a aquellos que hubieran cometido asesinatos o violaciones, y a los que habían colocado bombas en lugares públicos. Sin embargo, la ley exoneraba también a las fuerzas de seguridad de persecución por los crímenes cometidos en la década de los noventa, y compensaba a las familias de las víctimas de la violencia y a las de los desaparecidos. Aunque la medida no contemplaba la responsabilidad por los desaparecidos o la exposición de la verdad del papel desempeñado por las fuerzas de seguridad -cosa que la ley prohíbe explícitamente-, la Carta no solamente contribuyó a la reducción de la violencia, sino también a mantener a los militares alejados de la política. Indudablemente, la población atribuye a Bouteflika el mérito de haber traído la paz y la estabilidad al país. Tampoco cabe duda de que al presidente se le atribuye el mérito de haber reducido el desempleo -aunque todavía permanece en unas cotas muy altas-, aumentando el poder adquisitivo de la población e iniciando importantes inversiones domésticas: 60 billones de dólares para el período 2005-2009. Los argelinos ven en Bouteflika al hombre que ha conseguido restablecer la imagen de Argelia en el exterior.

    • English

      Following two decades of instability, Algeria is experiencing slow recovery. The relative stability that prevailed from 1965 to the late 1980s under the FLN's one-party rule was shattered in October in October 1988 when a spontaneous upheaval swept through the country. The events compelled the regime to initiate liberal reforms and to change the Constitution. The liberalization resulted in the emergence of a multiparty system that saw the proliferation of political parties whose ideologies spanned through the entire political spectrum, from radical to moderate Islamist, liberal to far Left, and nationalist to Trotskyite. Optimism characterized Algerian society due to public debate, freedom of speech, and freedom of the press. The period 1989-1992 witnessed important changes at all levels, but primarily in the political realm. The economic system, too, began changing with the move from a socialist economy to one more in tune with capitalism and globalization. Algeria moved even closer to the West and displayed great pragmatism in its foreign policy which contrasted with its revolutionary rhetoric of the past. However, the opening of the system resulted in the emergence of radical Islamist factions, which regrouped under the quite popular Islamic Salvation Front (FIS). The FIS won the municipal elections in June 1990, which did not worry the authorities too much. However, the overwhelming FIS victory in the first round of the legislative elections of December 1991 alarmed secular parties and the military. Thus, in January 1992, the authorities annulled the elections and eventually banned the FIS. Soon after, a period of instability set in, resulting bloody civil unrest. The country became isolated: Algeria's diplomacy was proved ineffective in convincing the outside world that Islamist armed groups, not the regime, were the real culprits. The military fought a savage guerrilla, with little or no international assistance. The armed forces combated terrorist groups with inadequate equipment and inexperienced troops made up mostly of conscripts. The military also suffered from an arms embargo since most outsiders refused to take side in what they considered a domestic conflict, while Algerian authorities tried to convince them that this war was part of international terrorism. During that decade tens of thousands of Algerians, mostly innocent civilians; Algerians referred to that decade as the "red decade," because of its bloody character and the gruesome massacres perpetrated against isolated villages. But, by the late 1990s, Algeria progressively regained an unmistakable degree of stability, the military having negotiated in September 1997 a deal with the Islamic Salvation Army (AIS), the major armed group. But, the military did not succeed in brokering a similar surrender from the Islamic Armed Group (GIA) and its successor the Salafi Group for Preaching and Combat (GSPC), allied with al-Qaeda and which still perpetrates to this day sporadic terrorist attacks, mainly in the northeastern parts of the country. Despite the controversy that surrounded his election in April 1999, President Abdelaziz Bouteflika soon gained popularity thanks to the various reforms that he announced. He also succeeded in revamping Algeria's abroad following his numerous trips overseas; his experience as Algeria's foreign minister (1965-1979) played a considerable role in convincing foreign governments that Algeria had recovered from the crisis and that the reforms the government initiated will bring peace and stability, necessary conditions for foreign direct investments. Bouteflika succeeded in consolidating his rule, especially after his reelection in April 2004. No one disputed the regularity of the presidential election in 2004, although one might argue that Bouteflika benefited from all the instruments of State power, including the national media, to guarantee his reelection. Nevertheless, there is no doubt that Bouteflika enjoys a high degree of popularity, particularly, in the rural areas. By and large, Algerians 2 supported Bouteflika's Civil Concord in 1999 and the National Reconciliation of 2005. However, power struggles at the height of the State complicated Bouteflika's consolidation of power. The old guard of the military, also known as le pouvoir, who often interfered in politics, sought to prevent Bouteflika's reelection. But, the support he obtained from the head of the Intelligence Services (DRS), General-Major Mohamed Mediene, known as "Tewfik," tilted the balance in favor of Bouteflika, who then succeeded in removing the majority of the military's old guard from power and replaced them with younger, less politicized officers. On July 5, 2006, Tewfik was promoted, along with two other Gen.-Majors, to the rank of Lieutenant General,1 a rank that had been held only by Mohamed Lamari until his resignation in summer 2004 following Bouteflika's reelection. Although the professionalization of the National Popular Army (ANP) began in the late 1990s, Bouteflika is making that professionalization a reality. His former chief of staff, Larbi Belkheir, who served as the informal liaison between the old guard of the military establishment and the presidency was appointed ambassador to Morocco; while some observers thought that this appointment aimed at improving Algerian-Moroccan relations, in reality, Bouteflika decided to keep the influential Belkheir away from the center of power. The civilianization of power has not, however, meant greater democratization. Indeed, today, power is concentrated in the presidency with parliament playing a minor role. Despite his authoritarianism, Bouteflika enjoys great recognition in the country, especially in the rural areas and cities outside the capital Algiers. His sudden, serious illness in November 2005 and the surgery he underwent in Paris worried the population a great deal. His triumphant return to the country on December 31, 2005, when tens of thousands of people welcomed him back, demonstrated Bouteflika's popularity. Algerians appreciated Bouteflika's efforts to end the bloodshed in the country. In September 2005, a referendum approved the Charter for Peace and National Reconciliation, offering amnesty to Islamists except for those who committed murderers, rapes, and those who put bombs in public places. However, the law provided exemption for security forces from prosecution for crimes committed in the 1990s, and compensation for families of victims 3 of violence and the disappeared. Although the measure did not provide for accountability for the disappeared or for truth-telling about the role of the security forces-which the law clearly forbids-the Charter may not only help in the reduction of violence but may also keep the military away from politics. Undoubtedly, the population credits Bouteflika with bringing peace and stability to the country. There is also no doubt that the president is credited with bringing down unemployment-though it still remains high-increasing the population's purchasing power, and initiating important domestic investments: $60 billion for the period 2005-09. Algerians see in Bouteflika the man who succeeded in revamping Algeria's image abroad.


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