En la década de los noventa, a los integrantes de la UE les resultaba fácil ponerse de acuerdo sobre la forma de tratar en común con Moscú. Confluyeron en una estrategia, ahora hecha jirones, consistente en tratar de democratizar y occidentalizar a una Rusia débil y endeudada. La galopante remontada de los precios del petróleo y del gas ha hecho que Rusia sea más poderosa, que coopere menos y, sobre todo, que tenga un menor interés en unirse a Occidente. Los diversos intereses, historias y geografías de los miembros de la UE se traducen en una división de enfoques hacia Rusia. La defensa del imperio de la ley podría ser un paradigma aglutinador válido ante la falta de unidad de los europeos en sus relaciones con Moscú.
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