Diez de marzo de 1895. El crucero Reina Regente, orgullo por aquel entonces de la Marina de Guerra Española, zarpó del puerto de Tánger rumbo a Cádiz. El barco desapareció misterio-samente sin dejar rastro. La radiotelegrafía, todavía tardaría más de diez años en ser incorporada a la navegación. No hubo supervivientes, ni rastro del crucero, ni indicios o restos de un naufragio, ni el más mínimo barrunto de petición de socorro. El barco debió ser fulminantemente tragado por el Estrecho, llevándose consigo a toda la tripulación: 412 marinos, intrépidos jóvenes templados por la aspereza de la vida en el mar. Es un caso muy inusual el que un barco de superficie, en tiempos de paz, se convierta en hermético sarcófago de acero de toda su tripulación. Sólo los submarinos hundidos en acciones de guerra suelen ser tumbas de la dotación completa.
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