No hay discontinuidad entre el saber lingüístico en cuanto competencia que posibilita el habla, y el saber lingüístico en cuanto reflexión sobre la experiencia ha-blante: el mismo hablar es lingüística in nuce. Este artículo ofrece varias muestras de ello, y concluye que debería cultivarse una lingüística que se aleje lo menos po-sible de la experiencia común, la que el hablante cotidiano posee de su lengua.
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