En agosto de 2004, Atenas acogerá por segunda vez en la historia unos Juegos Olímpicos; el fuego sagrado volverá a iluminar la capital helena y el espíritu competitivo reinará entre los participantes. Igual que en 1896, cuando los griegos se reconciliaron con su legado clásico más universal: el de Olimpia. Así fue aquel reencuentro.
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