Una de las características distintivas del actual estado del debate público en la Argentina radica en que el mismo no discute cómo integrarnos en el mundo sino si debemos hacerlo. Ésta es una situación extremadamente peculiar: costaría mucho hallar en el planeta países que atraviesen una experiencia análoga, si excluimos a Irán, Corea del Norte o Cuba. En el resto de las naciones, la dirigencia pública –y en grado apreciable la opinión– parten de la base de que nos hallamos insertos en un proceso de globalización económico-financiera, cultural y política que conforma nuestro verdadero marco epocal. Por cierto este proceso no es unilinear: registra marchas y contramarchas y se acompaña de un proceso no menos sensible de descentralización y fragmentación; sin embargo, constituye la tendencia central de nuestro tiempo y, por serlo, no resulta para el dirigente político un “opcional”. “Negar la globalización es como negar el descubrimiento de América”, Felipe González dixit.
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