Muñidor de algunos de los intentos más brillantes por los que pasó la renovación del cine español durante el franquismo. Militante comunista clandestino durante 30 años, aunque luego atacado por sus ex camaradas por su abrupto alejamiento del PCE en fecha tan temprana como 1962. Organizador incansable, dotado de una lengua gloriosamente viperina ("Ranita Venenosa", le llamaba su amigo el editor Carlos Barral, con quien compartiera tantas veladas en Segur de Calafell, el refugio costeño de ambos). Bibliófilo, fumador compulsivo, buen amigo de sus amigos, pero terrible si te encontrabas a tiro en alguno de su bíblicos ajustes de cuentas: todo eso, y más, fue en vida Ricardo Muñoz Suay.
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