Es algo en lo que parecen coincidir los escasos estudios existentes: los accidentes son la primera causa de muerte y discapacidad en la infancia.
Pero debemos ir incluso más allá de los propios accidentes y analizar hasta qué punto los menores adquieren hábitos de vida saludables. Tras campañas de sensibilización acerca de la alimentación sana y variada, la vacunación o la salud dental, deberíamos abordar la educación en hábitos que eviten que los menores se conviertan en adultos propensos a padecer determinadas lesiones. Si observamos la forma en que se sienta un niño de un año de edad, vemos cómo su espalda se mantiene recta. Ese mismo niño flexionará las rodillas para coger el objeto que se le ha caído al suelo una vez que está de pie. Esos gestos tan sencillos que en el ser humano son naturales al inicio de la vida no se convierten en hábitos porque, en algún momento de la educación, se pierde de vista la importancia de preservarlos y nos vemos obligados a volver a aprenderlos cuando somos adultos.
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