Coincidiendo con el cambio dinástico, en el inicio mismo del siglo XVIII, tienen lugar en España dos procesos simultáneos: una profunda crisis de identidad nacional y la aparición de un nuevo espectáculo, la fiesta de toros, tal como la conocemos en la actualidad. Espectáculo derivado de la función real de los Austrias, pero cuyas características multiclasistas y el proceso dialógico y de identificación entre el espectador y el lidiador le llevan a convertirse en una seña de identidad nacional que perdura hasta nuestros días.
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