El artículo ofrece un somero análisis del discurso que pronuncia cada año el Santo Padre al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. En él, analiza la situación mundial conjugando dos perspectivas, que corresponden a la doble naturaleza de su cargo: líder religioso y Jefe de Estado. Así, en su mensaje no trata de defender intereses personales o de su Estado sino una concepción sagrada del hombre que debe estar en el centro del desarrollo de los pueblos. Denuncia con valentía los dramas aún hoy abiertos en el escenario internacional y aboga por una solución pacífica y dialogada de los conflictos, buscando siempre satisfacer las legítimas y justas aspiraciones de cada una de las partes implicadas, a excepción del terrorismo, vía inútil y perversa de actuación.
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