Habrá quien piense, incluso dentro de nuestra profesión, que frente a la obra de ingeniería no cabe más sentimiento que el que se puede proyectar hacia un trabajo bien hecho, es decir la expresión de un juicio aséptico y neutral. Pero esa forma de despojar emocionalmente a los objetos sobre los que operamos podría no corresponder con la impresión que muchos de ellos provocan en otras personas, en parte debido a sus propios atributos físicos, o bien por el valor simbólico que poseen y que conduce a su ubicación en un contexto cultural determinado. El trabajo que se presenta en estas páginas encadena una serie de reflexiones en torno al sentimiento del puente en la pintura moderna, tomando como sujeto el cuadro Revolution des Viaduktes que pintó Paul Klee en el año 1937, una pintura que a los efectos mencionados posee un valor que trasciende a sus cualidades plásticas y a las circunstancias históricas en que esa obra se produjo
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