El 9 de marzo de 1890, un mes antes de partir hacia Sajalín, en la costa oriental del imperio zarista, para escribir un reportaje sobre la isla, Antón Pávlovich Chéjov le comunicó a su amigo Aléksei Suvorin: ¿Es posible que no consiga escribir nada, pero ni siquiera en ese caso el viaje pierde su fascinación: leyendo, mirando a mi alrededor y escuchando, descubriré y aprenderé muchas cosas¿. Ilustrarse. Una intención aplicable a cualquier trotamundos que se precie.
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