Su boda con Maximiliano, archiduque de Austria, la convirtió en empeatriz de México. Pero la adversidad se ensañó con ella: vio su imperio americano abocado al fracaso y se sintió traicionada tanto por Napoleón III como por el papa de Roma, que le negaron su apoyo. A todo ello se sumó la ejecución de su esposo. Carlota acabó perdiendo la razón y pasó sus últimos sesenta años recluida.
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