La reina Isabel la Católica se mostró generosa con los franciscanos donándoles un palacio en el corazón de la Alhambra. Pero la antigua ciudad palatina pronto decayó y la mayoría de los franciscanos se instalaron en otro cenobio situado en el centro urbano, dejando al primer convento en una situación marginal. Sólo en el siglo XVIII pudo abordarse un programa arquitectónico de cierta ambición. Las desamortizaciones y malos usos ulteriores lo dejaron en un estado de ruina tal que algunos expertos pidieron su derribo para conservar sólo los restos arqueológicos. El que su templo hubiera servido como primera tumba de los Reyes Católicos desató las protestas de quienes deseban que sobreviviera un lugar evocador de viejas glorias nacionales.
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