Me recibe en el Instituto Cervantes de Roma, donde trabaja. Es un día de julio especialmente caluroso. ¿Fuera, al aire libre, ni locos¿, me dice. Y me lleva a un aula vacía. A Juan Vicente Piqueras le conocí en los locales de una pequeña editorial, hace unos meses, en la presentación de su último libro. Él recitaba sus poesías en castellano y su mujer, la actriz Carola Silvestrelli, recitaba a su vez, después de cada una, la traducción italiana. Aquellos versos me dieron impresión, sobre todo, de sinceridad. Y quizá no era una impresión solamente subjetiva. ¿Rischio la commozione¿, dijo Carola a media voz en cierto momento, antes de atacar los versos de una poesía por la que se sentía particularmente interpelada: como pidiendo perdón por si en el curso de la lectura la voz se le quebraba. ¿Ella te mandará mi foto: es mi musecretaria¿, me dice él. Y sin más preámbulos pasamos ya a hablar de poesía.
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