En La Habana de los últimos años del siglo XVIII, la elite ilustrada organizada en torno al ayuntamiento, ante las trabas que encontraba la agricultura azucarera en expansión, había pedido al gobierno la creación de un consulado por mediación de su representante en Madrid, el hacendado Francisco Arango. En 1793 consiguieron materializar este proyecto y, durante las cuatro primeras décadas del siglo XIX, el Consulado se convirtió en el órgano encargado de acabar con los obstáculos que impedían el despegue del sistema agrícola que estaba desarrollándose en la zona occidental de la isla. Paralelamente, la Sociedad Económica se convirtió durante este periodo de tiempo en un laboratorio del Consulado desde donde se ensayó, de forma más teórica que práctica, la forma de avanzar por un camino seguro en el afianzamiento de una estructura económica favorable a los intereses de los hacendados, lo que implicaba la necesidad de introducir el ferrocarril, nuevos métodos de cultivo, la abolición de la trata de esclavos, etc... y, sobre todo, la elaboración de un entramado cultural, entendido como el nivel más sofisticado al que podían aspirar económicamente, a través del advenimiento del capitalismo impreso y la propiedad intelectual. Francisco Arango planificó y coordinó todo este proyecto hasta que murió en 1837, lo que le permitió ser un auténtico representante de los hacendados y una de las personas más influyentes ante el gobierno central metropolitano. No obstante, en el seno del Consulado y de la Sociedad Económica fueron surgiendo corrientes de pensamiento liberal disidentes en lo económico, político y cultural, lo que hizo que los enfrentamientos fueran continuos
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