La nueva manera (ecológica y global) de entender la salud permite abordarla en su complejidad e incidir educativamente para afrontar los problemas suscitados en todos los contextos vitales. Pero apreciar la salud de forma diferente a la tradicional tiene importantes implicaciones prácticas, puesto que significa la creación simultánea de formas de comportamiento individual y colectivo que afectarán, conformándolo, al entramado vital y social, con la ayuda de los agentes sociales (profesionales) que intervienen en él. Se trata, pues, de plantear, hacer aceptables y aplicables pautas que establezcan los contenidos de una nueva cultura de la salud: un conjunto de prácticas e ideas en torno a la mejora de la calidad de vida de los miembros de nuestra sociedad. Si la protección y la promoción de la salud humana es el objetivo de los procesos educativos para la salud, su mejor instrumento es la incorporación de los sujetos (actores sociales) al análisis de las situaciones concretas y a la acción en los diversos ambientes que afectan a la salud. De ahí que los programas de Educación para la salud que pretendan ser socialmente rentables hayan de vincularse a las necesidades de la vida comunitaria y a las capacidades de modificación de los modos y condiciones de vida por parte de los implicados.
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