Los noruegos -apenas cinco millones- han logrado convertir las querencias hacia el pacifismo, la ecología y los derechos humanos no sólo en normas de observancia estricta en su país; también en una muy próspera industria, y su pretensión alcanza incluso a la fundación noruega por antonomasia, la Alfred Nobel, cuyo paradójico invento -la dinamita-, en cualquiera de sus variantes, adorna las tremendas y enloquecidas cinturas de los suicidas islámicos.
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