Hoy podemos decir que, gracias a una mejor atención social y sanitaria, las personas con discapacidad intelectual también envejecen, al igual que el resto de la población. Con frecuencia al llegar a la senectud surge la necesidad o el incremento de una ayuda significativa e importante en las actividades básicas, instrumentales y/o avanzadas de la vida diaria, en la movilidad y en los procesos de salud.
Esto nos hace replantearnos el trabajo a la hora de diseñar nuestras intervenciones y de definir las competencias de los profesionales, desde las dimensiones de discapacidad y de envejecimiento. En concreto las del educador social, que debe compaginar los conocimientos sobre discapacidad y envejecimiento en un mismo modelo de atención.
Nuestra experiencia relata el trabajo del educador social en un Centro de Atención Integral para personas con discapacidad intelectual (DI) que envejecen, perteneciente a ASPRODES, FEAPS Salamanca.
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