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Resumen de Centocinquant'anni di cultura storiocoantischistica in Piemonte (dalla Restaurazione agli anni Sessanta)

Lellia Gracco Ruggini

  • español

    Se ha comenzado a partir de los entusiasmos egiptizantes avivados en Turín por la estancia de Jean-François Champollion en 1824-25 para estudiar papiros, inscripciones, monumentos jeroglíficos y coptos de excepcional importancia, que los Saboya habían adquirido hacía poco con la colección de Bernardino Drovetti y que habían depositado en el Museo de Antigüedades. El orgullo ««patrio>» suscitado por el descubrimiento de estos tesoros tuvo consecuencias en las investigaciones y en la enseñanza de la Historia Antigua, que se caracterizaron entonces, sobre todo, como investigación de la arqueología del Próximo y Medio Oriente. En semejante contexto tuvo lugar en 1848, en el marco de las reformas de las Bibliotecas, Academias y Universidades que en aquellos años llevó a cabo Carlos Alberto, la institución de la primera cátedra de Historia Antigua y Arqueología en la Facultad de Letras de Turín (Francesco Barucchi, director del Museo de Antigüedades y Egipcio desde 1835 hasta su muerte en 1869, catedrático de 1848 a 1861). Este fue el lento tránsito, en la Universidad, de una enseñanza histórica peculiarmente intensa como escuela de ««elocuencia»» a una actividad didáctica formativa, además de secamente informativa, fundamentada en concretas bases filológicas que hasta entonces se habían cultivado, de una manera u otra, tan sólo al margen de la Universidad, en las Academias, por personalidades científicas como el helenista-orientalista Amadeo Peyron o el jurista (alumno suyo) Carlo Baudi di Vesme.

    Al mismo tiempo, también se iba incrementando el interés hacia los monumentos epigráficos, arqueológicos y documentales localizables in loco e idóneos para ilustrar glorias regionales antiquísimas (prerromanas, romanas y romano-bárbaras), en dialéctica con intereses geográfico-etnográficos que incitaba, por entonces, la evolución de la situación política, económica y social (Luigi Schiaparelli, catedrático de Historia Antigua desde 1862 hasta 1897). De la enseñanza universitaria de la Historia Antigua se escindieron tanto la Arqueología como las Antigüedades Orientales (1862), circunscribiendo, como consecuencia, la investigación histórico-arqueológica únicamente al mundo mediterráneo greco-romano.

    La presencia durante casi treinta años en Turín del romano Gaetano De Sanctis como profesor de Historia Antigua en la Facultad de Letras (1900-29) y como director de la Rivista di Filologia e di Istruzione Classica (1923-29) junto con el magisterio, luego, de uno de sus discípulos predilectos, el piamontés Arnaldo Momigliano (1936-38), supieron elevar la investigación y la didáctica de la historia de la antigüedad a niveles internacionales por amplitud de intereses, por su severo rigor filológico y por su vivaz inteligencia historiográfica.

    Tras la brusca expulsión de Momigliano de la Universidad italiana en el otoño de 1938, como consecuencia de las leyes raciales (exiliado en Inglaterra, su personalidad científica continuó madurando con resultados suyos propios), ocupó su lugar la enseñanza de la Historia Romana y Griega en la Universidad de Turín de Roberto Andreotti (1938-65): fue otra fase prolongada, didácticamente escrupulosa pero científicamente opaca, que veintisiete años más tarde se concluiría con la vuelta de Andreotti a Parma. El cauto atrincheramiento en la filología no fue suficiente para evitar un rechazo recíproco cada vez más evidente entre el catedrático y el ambiente académico piamontés que lo rodeaba, y con consecuencias mucho más desastrosas de las que, a nivel académico y humano, habían caracterizado también la permanencia de De Sanctis en Turín. Este, por su parte, no había conseguido nunca integrarse completamente en la ciudad de adopción, y tras varios intentos de dejarla obtuvo el traslado definitivo a Roma, a la cátedra que había pertenecido a su venerado maestro Julius Beloch. De Sanctis, sin embargo, había sabido aportar a los estudios de la antigüedad piamonteses -tal vez por primera vez- experiencias de amplio y fresco alcance que la renovarían como fecunda didáctica de la investigación histórica, dejando una huella difícil de olvidar.

  • English

    It began with the enthusiasm for things Egyptian re-awakened in Turin by the stay in the city of François Champollion in 1824-1825. He had come to study papyri, hieroglyphic and Coptic objects of exceptional importance recently acquired by the Savoy family with the collection of Bernardino Drovetti and placed in the Museum of Antiquities. The «patriotic» pride aroused by the discovery of these treasures gave a new direction to research into Ancient History and to its teaching, which became principally an antiquarian investigation of the Near and Middle East. It was in this context that, in 1848, together with the reform of the libraries, academies and universities carried out by Carlo Alberto, the first chair of Ancient History and Archaeology was instituted in the Faculty of Letters of Turin. Its holder was Francesco Barucchi, director of the Museo di Antichità ed Egizio from 1835 until his death in 1869. He held the new chair from 1848 to 1861. This was the beginning of the slow transformation of the teaching of history (previously conceived mainly as a school of «eloquence») towards a didactic activity more strictly formative as well as informative. The new model was founded on a solid philological basis. Until then such a basis was to be found to some extent only outside the universities, in the academies and in the work of scholars such as the historian of the Greek and Oriental worlds, Amedeo Peyron, or the jurist (his pupil) Carlo Baudi di Vesme.

    Consequently there was also a simultaneous increase of interest in the epigraphical, archaeological and documentary evidence which could be found in loco and which might serve to illustrate the regional glories of distant antiquity (pre-Roman, Roman and Roman-barbaric) in contrast with the geographical and ethnographical interests stimulated at that time by the ongoing developments in the economic, political and social situation (Luigi Schiaparelli, Professor of Ancient History in Turin from 1862 to 1897). It was then that the teaching of both Archaeology (I860) and of Oriental Antiquity (1862) were separated from that of Ancient History, thus circumscribing research in this field exclusively within the Greco-Roman Mediterranean world.

    The presence in Turin for almost thirty years of Gaetano De Sanctis from Rome as Professor of Ancient History in the Faculty of Letters (1900-1929) and as editor of the Rivista di Filologia e dilstruzione Clàssica (1923-1929), followed by the teaching of one of his favourite pupils, the Piedmontese Arnaldo Momigliano (1936-1938), succeeded in elevating research and teaching in the field of Ancient History to international levels in breadth of interests, extreme philological rigour and lively historiographical intelligence.

    Momigliano was abruptly dismissed from the Italian University in the autumn of 1938 as a consequence of the race laws. During his exile in England his scientific work continued to mature and produce those results which characterised him. He was replaced as Professor of Greek and Roman History in the University of Turin by Roberto Andreotti (1938-1965). This was another very prolonged phase, marked by a scrupulous attention to teaching but of little scientific value. It came to an end with the return of Andreotti to Parma, a city to which he had been connected since his youth. A cautious withdrawal into the safety of philology, in fact, had not sufficed to prevent a mutual estrangement between the professor and the Piedmontese cultural milieu that surrounded him. The consequences were much more disastrous than those which, both academically and socially, had also distinguished the period De Sanctis had spent in Turin. The latter had never completely integrated into his adopted city and repeatedly tried to leave it until his definitive transfer to Rome to occupy the chair which had already belonged to his venerated master, Julius Beloch. However, De Sanctis had succeeded, perhaps for the first time, in creating within Piedmontese studies of the ancient world a wider and more invigorating approach that was to confer on them the character of a fecund teaching of historical research. He left an unforgettable mark.


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