A finales de 1845, Nicolás I, zar de todas las Rusias, soberano conservador y autócrata, pero tan interesado en el arte que mandó construir el Nuevo Ermitage en San Petersburgo, realizó un viaje por Italia, en el curso del cual visitó las principales ciudades y, sobre todo, los más importantes talleres de escultura, donde encargó obras neoclásicas destinadas a la sala de escultura occidental moderna.
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