El estado de guerra permanente durante el reinado de Felipe II y parte del de Felipe III dio lugar a una demanda fiscal creciente en Castilla e Indias. El tesoro americano, que aseguraba a la Monarquía Católica el acceso al crédito con que sostener sus campañas, aumentó mucho a lo largo del siglo XVI. No obstante, los mercaderes de la ciudad de México, que aseguraban la producción de metales preciosos y su envío a la metrópoli, establecieron un tráfico altamente rentable con Perú y Filipinas, el cual presentaba el gran inconveniente de generar un flujo continuo de plata hacia el Lejano Oriente. Ante las quejas del Consulado de Sevilla por la competencia de los géneros chinos y la pérdida de plata americana, el Monarca impuso restricciones al comercio triangular del Pacifico, las cuales lo enfrentaron con las autoridades de los virreinatos indianos interesados en dicho tráfico, con el resultado de una generalización del contrabando.
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