En el año 1878 Antoni Gaudí recibió del Ayuntamiento de Barcelona el encargo de diseñar unos candelabros de gas para el alumbrado público. Este proyecto, aparentemente inocuo, de mobiliario urbano sirvió de ocasión para que el recién laureado arquitecto expresara una serie de inquietudes político-culturales y elaborara una metáfora sobre la historia de Cataluña. El análisis del modelo de farola finalmente destinado a la Plaza Real revela que, por encima de las determinaciones funcionales, Gaudí dio prioridad en su programa compositivo al discurso simbólico y a las asociaciones empáticas para sugerir la imagen de un mítico guerrero que ilumina el porvenir del pueblo catalán.
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