Entre "hablar" y "callarse" parece haberse debatido Quevedo, obedeciendo ya a uno, ya a otro impulso, pero no por vacilación ni irresolución. Dicha postura retórica y las decisiones que tomó al respecto entre 1603 y 1631, si no más tarde, eran de índole personal y política; personal porque se trataba del impulso por expresarse que siente profundamente cualquier escritor, y política porque en la España del siglo XVII "hablar" traía a colación el riego de la intervención del Estado y de la Inquisición ("callar").
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