¿Cómo plantear una ética desde el punto de vista feminista a partir del hecho de que el feminismo es ante todo un movimiento político de liberación de la dominación de un sexo sobre el otro? La política percibe el enfrentamiento entre los géneros; la ética, por su parte, ofrece la posibilidad de que cada cual le de "una figura singular a su pertenencia", a su pertenencia a un colectivo sexuado, entre otras. Una ética maniquea que contraponga los valores femeninos como el Bien a la violencia masculina como el Mal sería un mero exudado de la política. La ética sólo podría tener pertinencia en tal caso en el ámbito de las relaciones de las mujeres entre sí, como en la propuesta de Luce Irigaray, que la autora de este artículo critica. Pero la ética debe regular las relaciones entre individuos, inter e intragenéricas, y por ello "atraviesa y transgede las fronteras establecidas por lo político". Y no puede hacerlo sino dialógicamente, entendiéndose el diálogo como la negociación permanente de los límites que constituyen la individuación. La ética representa así la oportunidad permanente que hay que dar a una cierta idea de la humanidad pese a los desmentidos de la experiencia. Y, en su modelación feminista, un ética de los límites sería la ética de "una habitación propia" de Virginia Woolf
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