EL Oscar Honorífico de este año le sienta como un guante a una edición cargada de películas comprometidas y controvertidas. Un año en el que no extraña que se reconozca finalmente la carrera de un distinguido rebelde como Robert Altman, un cineasta capaz de enfrentarse a los estudios, desafiar los límites de la narrativa convencional o amenazar con exiliarse si Bush Jr. salía reelegido y, de paso, crear un universo propio y una mirada única y singular.
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