En los años 90, el financiamiento de las obligaciones previsionales mediante la inversión en acciones parecía brillante. En 1999, el mercado en alza había inyectado US$ 260.000 millones en las arcas de las empresas S&P 500, permitiéndoles registrar los aumentos anuales como ingresos adicionales. Pero sólo dos años después, el mercado a la baja minó esas ganancias, reemplazándolas por un enorme déficit de US$ 240.000 millones. Éste ha sido cubierto por las desafortunadas empresas con sus flujos de efectivo, causando estragos en sus utilidades, en sus niveles de endeudamiento y en el precio de sus acciones.
Se podría culpar a los ejecutivos por esta debacle. Pero ellos sólo seguían las reglas. Las normas de contabilidad actuales permiten que las empresas no registren en sus balances los activos y pasivos previsionales, relegando esa información a las notas al pie. Esto hace difícil visualizar el riesgo que una caída del mercado provoca sobre las empresas.
Los miembros de los directorios y los altos ejecutivos necesitan ver más allá de las distorsionadas cifras de los balances, poniendo atención a las realidades económicas de los planes de pensiones. Se sorprenderán al descubrir que ganarían mucho más si invirtieran pasivamente el total de sus fondos de pensiones en bonos.
Se puede diseñar un portafolio de bonos que calce con precisión y virtual certeza con sus obligaciones previsionales, eliminando así cualquier posibilidad de un déficit de financiamiento. La predictibilidad de las inversiones en bonos también estabiliza las utilidades y los flujos de efectivo. El aumento consiguiente en la capacidad de endeudamiento puede ser utilizado para impulsar el crecimiento o reducir el costo de capital de la empresa. Incluso sin una reforma de las equívocas normas contables actuales, no existen razones que justifiquen la inversión de los fondos de pensiones en instrumentos distintos a los bonos.
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