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Resumen de Mundos fantasmas: fotografía y familia

Val Williams

  • En 1989, la fotógrafa estadounidense Sally Mann retrató a sus dos hijas pequeñas. La fotografía mostraba a las dos niñas de pie en un campo, con sendas muñecas, una en un cochecito y la otra en brazos. Ambas niñas aparecen frías y serenas, la mayor sosteniendo un cigarrillo y la pequeña con gafas de sol haciendo un mohín. Es una imagen de la inocencia con un giro siniestro, un retrato familiar con multitud de significados. Ahora, con más de quince años, me resulta menos extraña (aunque no menos impactante) que cuando la vi por primera vez. Las dos niñas son ahora dos jóvenes, quizá incluso tengan hijos, pero la fotografía (y la serie de la que formaba parte) continúa siendo uno de los grandes retratos fotográficos de finales de la década de 1980. Todos guardamos en la memoria las imágenes de los retratos familiares, quizá no tan depurada como la de Mann, sino más bien recuerdos fragmentados de épocas, días, personas y sucesos que se conservan únicamente gracias a la persistencia de la memoria. Cuando repasamos nuestros recuerdos buscando imágenes de la familia, nos detenemos en las corrientes: un cumpleaños, una boda, unas vacaciones casi olvidadas. (...) En un álbum fotográfico encuadernado en piel que compramos como una curiosidad en un rastrillo, nos encontramos con grupos familiares anónimos para nosotros, congregados para el retrato, varados en sus historias por el arte del fotógrafo. Desde los albores de la fotografía, la familia ha sido uno de sus centros de atención. Los grupos familiares del siglo XIX nos contemplan desde la superficie reflejada de un daguerrotipo mientras se encuentran con la (entonces) nueva magia de la fotografía y, a través de los tonos fantasmales de las copias de los álbumes decimonónicos, los podemos ver brillando con luz trémula en contraste con majestuosas casas, mostrando su riqueza y superioridad. A medida que se fue entendiendo mejor su técnica, las fotografías se hicieron más asequibles para el gran público y, a principios del siglo XX, las instantáneas irrumpieron en el paisaje de los inventores, los experimentadores y los profesionales de primera categoría. De la noche a la mañana, la fotografía estuvo al alcance de cualquiera. (...) Hubo un momento en el que quizá fotografiar a la familia se convirtió en parte de un arte mayor y de una agenda fotográfica documental. Cuando a partir de finales del siglo XIX se empezó a retratar a las familias en un estudio, estas fotografías se consideraron un ¿negocio¿ más que \'arte\'. El gran auge del documental social de finales de la década de 1920 y durante la de 1930 se centró principalmente en las condiciones laborales, la injusticia social, la pobreza y las privaciones. La obra de los fotógrafos del proyecto US Farm Security Administration y la conciencia social de revistas como LIFE en Estados Unidos y Picture Post en el Reino Unido llevaron al candelero las vidas privadas familiares. A partir de la FSA, fotografías como el ahora icono Migrant Mother (¿Madre emigrante¿) (1936) de Dorothea Lange y los intensos estudios de Walker Evans de las familias del Dustbowl llamaron poderosamente la atención del público sobre las dificultades económicas y el tejido social en ruinas de América. La exposición de posguerra Family of Man (¿La familia humana¿) (1951) del Museo de Arte Moderno de Nueva York pareció sugerir un nuevo optimismo sobre la \'familia internacional\', una sugerencia puesta en entredicho por una nueva ola de fotógrafos americanos que incluye a Diane Arbus, Gary Winogrand, Bill Owens y William Eggleston, cuya obra insinuaba disfunción y alejamiento. En sus trabajos, los miembros de la familia estaban aislados unos de otros, sumidos en un marasmo de malentendidos e incomunicación.


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