Existe un estereotipo del genio como talento solitario, habitante de un espacio espiritual al margen del de los comunes mortales: el genio es un hombre distinto, con un alma distinta, con reglas de conducta distintas. Por un lado está el genio; por otro, los demás. Thomas Mann, de cuya muerte se cumple este año medio siglo, era un hombre de un talento extraordinario: con los papeles en regla, por tanto, para acceder al olimpo de los genios. Pero no quiso ser nunca un portento de esa guisa. Durante toda su vida sostuvo una lucha denodada consigo mismo para no ser distinto, excéntrico, como lo eran otros. En efecto, su figura de escritor aplicado, con un horario de trabajo absorbente pero regular, de marido devoto y padre de seis hijos, de hombre comedido y responsable, contrasta con la de tantos ¿geniecillos¿ literarios de su época que se dan rutinariamente a la bebida y a otras formas de extrañamiento.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados