Desde Billie Holiday hasta Charlie Parker, el jazz se asoció a sórdidos clubes en cuyos escenarios en tinieblas un puñado de negros, llenos de talento y cayéndose de drogados, tocaban para sí mismos. Hoy los jazzmen ya no quieren trasnochar y sólo admiten conciertos y festivales. Su inclusión en la oficialidad ha ido en desmedro de su espontaneidad y frescura
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