Una forma de expresión del carácter religioso que tuvo la guerra de independencia en la Nueva España fue, entre otras, el uso de símbolos, colores y emblemas con características muy bien definidas. A través del estudio de dos singulares banderas rojinegras, confeccionadas por los insurgentes entre los años de 1811 y 1812, se puede apreciar la enorme importancia que adquirió el factor religioso como elemento unificador y como legitimador en el momento del conflicto. A través de su análisis vexilológico y contextual, se observa que la defensa de la religión católica entre los insurgentes no se amparó de manera exclusiva en la virgen de Guadalupe o en otras advocaciones marianas, sino en el nombre del Señor, y que dicha defensa estuvo orientada a salvaguardar los fueros y los provilegios de los ministros del culto católico, prerrogativas de las que habían gozado durante muchos años y que desde 1795 fueron afectadas por el régimen de los Borbones.
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