La emergencia de la figura de la víctima marca una ruptura antropológica en el discurso de la modernidad planteando importantes cuestiones acerca de la naturaleza del sujeto-víctima y de su lugar en la cultura. Característicamente la modernidad constituye el ámbito de aparición de la víctima como sujeto social y, a la vez, individual. El concepto de víctima se prefigura paralelamente al de la humanidad y el Estado como sujetos en el orden sociocultural desde mediados del siglo XIX. Después de las grandes guerras del siglo XX, la víctima no es ya únicamente abordada como el objeto de la violencia. La víctima sigue siéndolo cuando la violencia cesa y, en cierto modo, la violencia continúa en el estatuto identitario de la víctima. Ésta constituye, además, una auténtica encrucijada entre lo público y lo privado, lo universal y lo singular, lo generalizado y lo irrepetible. En su búsqueda característica de reconocimiento, la víctima hace identificable la violencia como negación del sujeto en todas sus formas posibles.
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