En el verano de 1975, en las playas se miraba más de la cuenta al mar. Existía alergia a las aletas dorsales, a los baños en solitario y, en la cabeza de muchos, sonaban unas notas punzantes de chelo al contacto con el agua. Un "gran blanco" de ficción era el culpable de todo y, detrás de él, un torbellino de creación de 27 años llamado Steven Spielberg.
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