Al final del segundo milenio nos encontramos, sin duda, en una encrucijada histórica. Y no creemos que se trate sólo, aunque también, de un tópico repetido, y, casi siempre, adornado con tintes apocalípticos. Una encrucijada es un cruce de caminos, es decir, la duda y la apertura a distintas posibilidades. La duda, es cierto, nos obliga elegir. La libertad, en este caso, se nos impone. Debemos elegir y debemos hacerlo siendo conscientes de nuestros límites y de nuestras potencialidades. La crisis de la sociedad -de un modelo de sociedad- refleja y es reflejada por la crisis del conocimiento. Ya sabemos que el sujeto y el objeto se configuran mutuamente y no pueden ser aislados artificialmente. Afrontar la revolución en el conocimiento es afrontar, al mismo tiempo, una revolución política, es decir, una revolución integral, en la que el hombre (la humanidad) se reconozca en su devenir complejo (homo sapiens/demens le llama Morin).
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