A lo largo de la historia el hombre ha seleccionado de forma más o menos planificada los recursos fitogenéticos que proporcionaban la cosecha más abundante y de mayor calidad. El término recurso fitogenético comprende todas las combinaciones de genes resultantes de la evolución de una especie vegetal, e involucra todo material (germoplasma) que tiene o puede tener valor económico, científico o social (IBPGR, 1991). La selección se ha dirigido tanto a las características productivas intrínsecas como a las relacionadas con la capacidad de adaptación al medio, es decir, con la capacidad de supervivencia frente a plagas, enfermedades y otras condiciones ambientales adversas. La base para esa selección ha residido en la biodiversidad del germoplasma disponible. Hasta hace poco tiempo esa base se podía considerar suficientemente amplia, pero en las últimas décadas hemos asistido a una preocupante pérdida de biodiversidad. La destrucción de espacios naturales, y la sustitución de la gran diversidad de variedades locales por un reducido número de genotipos son los dos de los principales factores responsables.
La conservación de recursos fitogenéticos se puede abordar mediante dos tipos de estrategias no excluyentes. La conservación in situ es teóricamente la estrategia ideal ya que permite la continuidad del proceso evolutivo. El principal problema al que se enfrenta está relacionado con la pérdida de hábitats naturales y con el abandono de las prácticas agrícolas tradicionales. La conservación ex situ es muy utilizada bien como refuerzo de la conservación in situ, bien cuando ésta no puede llevarse a cabo. Se puede abordar mediante colecciones de semillas mantenidas en condiciones adecuadas de humedad y temperatura (bancos de semillas), mediante colecciones de distintos tipos de explantos mantenidos in vitro, o mediante colecciones de plantas adultas mantenidas en campo.
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