Eduardo García-Camba de la Muela
Introducción La preocupación por la imagen corporal ha aumentado mucho en los últimos años tanto en hombres como en mujeres. Nuestra sociedad da una gran importancia a la apariencia y los medios de comunicación se encargan de reforzar sistemáticamente el mensaje de que ¿lo bello triunfa¿. El liderazgo que ejercen sobre sectores de la población los modelos y actrices o actores de moda, junto con la existencia de determinados estereotipos físicos considerados deseables, ha condicionado una gran demanda de tratamientos dirigidos a modificador el cuerpo (cirugía estética, cirugía bariátrica, liposucción, implantes, cirugía ortognática, etc) que en muchos casos se plantean como solución a problemas existenciales y vivenciales y como salvoconducto de acceso al éxito relacional. Todo ello ha provocado un importante aumento de las intervenciones médicas y quirúrgicas de carácter estético, cuya búsqueda adquiere en algunos casos características obsesivas o de adicción1. Esta forma de consumismo cosmético, estimulado muy frecuentemente por métodos de propaganda agresivos y en ocasiones engañosos, tiene una dimensión psicopatológica que es necesario conocer y detectar. Si la influencia de aspectos tan dispares como las emociones y la moda puede influir sobre la percepción real de la propia imagen en individuos normales, más aún lo hará en individuos con mayor vulnerabilidad psicológica en este sentido, la cual suele acompañarse de una excesiva preocupación por el aspecto corporal. Por otra parte, estas personas tienden a mostrar expectativas irreales sobre los resultados del tratamiento estético y, en ellos, un abordaje exclusivamente quirúrgico puede agravar la situación de base y condicionar una evolución desfavorable La dismorfofobia o Trastorno dismórfico corporal (TDC), que se define como una preocupación persistente y excesiva por un defecto físico imaginario, afecta tanto a hombres como a mujeres y parece ser más frecuente de lo que se ha venido considerando. Aunque existen pocos estudios epidemiológicos, se han referido cifras del 0.7% en población general femenina2. No existen estudios similares en población general masculina. Sin embargo, la impresión actual es que el TDC se infradiagnostica, ya que se han citado prevalencias del 12% y del 7-15% en consultas de dermatología y de cirugía estética respectivamente3 y del 13% en pacientes ingresados en una unidad de psiquiatría4. Aunque los síntomas de TDC podrían parecer triviales, algunos trabajos han puesto de manifiesto que una alta proporción de estos pacientes requieren ingreso hospitalario por intento de suicidio5. Concretamente en un estudio sobre pacientes dermatológicos que habían realizado tentativas de suicidio, se comprobó que un porcentaje significativo tenían problemas de TDC6. Asimismo, el TDC produce una disminución del rendimiento psicosocial del paciente y puede conducir a situaciones de aislamiento social y problemas laborales con riesgo de desempleo2,7 Aspectos históricos. Clasificación Los aspectos históricos de la dismorfofobia han sido revisados por Berrios8 según el cual, desde que el ser humano tuvo conciencia de sí mismo, ha sufrido temores poco realistas o infundados sobre su propia deformidad o fealdad. De hecho las investigaciones antropológicas y la historia han puesto de manifiesto la importancia estética y simbólica que el ser humano ha dado a su cuerpo desde los tiempos más remotos. El término de dismorfofobia, acuñado por Morselli en el siglo XIX, encuentra sus raíces en Dismorfia, la mujer más fea de Esparta. Este autor describía la dismorfofobia como una ¿idea obsesiva y desoladora, de deformidad corporal¿ y la clasificó como una ¿paranoia rudimentaria¿ o ¿monomanía abortiva¿ que afectaba de forma primaria o secundaria a la integridad del individuo. Durante los últimos años del siglo XIX y primeros del XX varios autores medio europeos abordan el problema de la fealdad y sus consecuencias.
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