La derogación del trasvase del Ebro en junio de 2004 es, sin lugar a dudas, un hito en la política hidráulica española. Demuestra que hay otras maneras de hacer las cosas, de definir razonablemente cuál es el problema que se quiere abordar, de evaluar las soluciones alternativas y de escuchar a técnicos y ciudadanos, en general, y no sólo a un grupo de intereses. Puede verse como el inicio de la transición hacia una nueva cultura del agua si se mantiene esa actitud abierta de hacer las cosas, se aguanta el pulso del entramado político-financiero, se consolida una participación informada y un debate público razonablemente honesto. Ahora es necesario aplicar esta actitud a otros problemas hidrológicos que esperan solución y revisar el decreto de derogación. Es un proceso difícil y no exento de conflictos pero hay que asumir que forman parte de la política hidrológica.
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