Cuando fallece en Madrid Nicolás Antonio, el año de 1684, toda la fortuna que deja a sus herederos, son deudas; deudas a las que fundamentalmente le había llevado el afán investigador y publicista al que dedicó su vida entera. El único bien que le queda a sus deudos, será su colección particular de libros. Precisamente, lo que le sucede a la misma es el tema central de un documento manuscrito, inédito hasta ahora y que se encuentra depositado en la Biblioteca Universitaria Salmantina.
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