María Paz García-Gelabert Pérez
Los complejos sepulcrales de la Alta Andalucía, al igual que los del resto de la Península en época ibérica, tienen un componente ritual muy importante. Los ritos se desarrollaban: durante la preparación del cadáver para ser incinerado, durante la adecuación del receptáculo que habría de recibir los huesos calcinados, durante la preparación de éstos y durante el sellado de la tumba. Los extremos relacionados parecen atenerse a unas normas muy concretas, a juzgar por la estructura similar de los enterramientos y la colocación de los ajuares, con las variantes lógicas, relativas a la posición social del individuo enterrado. Está patente en estas necrópolis la idea de una perduración más allá de la muerte y el rechazo de la nada, ideas conscientes o inconscientes, según los casos. Ellas son la motivación, más o menos velada, de un ideario, más o menos profundo, de las ceremonias llevadas a cabo sobre los cuerpos, antes y después de su enterramiento. Los ritos que se desarrollaron en las necrópolis implican una concepción de última morada, terrena o supraterrena. Y esta morada se procura disponga de todas las condiciones requeridas por los preceptos religiosos que imponía la religión ibérica.
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