El capital ha sustituido a Dios como organizador último de las es feras del discurso, pero ya no se trata de un suelo trascendente a todas ellas, que permita hilarías en un todo de sentidos, sino que las fragmenta y dispone un universo de diálogo autónomo (y autista) dentro de cada una, por lo que su exterioridad apenas puede ya distinguirse. Desde esta terrible perspectiva se niega toda posibilidad de cambio, pues se niega toda diferencia, todo lo otro de lo dado con lo que articular nuevos espacios de sentido. Pero la razón puede ser dominadora o liberadora. Por encima de los conceptos cerrados, mutiladores, que las redes de poder imponen sobre el discurso, el filósofo debe encontrar las correspondencias transversales, las ligaduras ocultas, no creer en la transparencia total de una razón impuesta, que a menudo se muestra opaca. Ése es el espacio donde se jugará la partida del reconocimiento.
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